Frente al discurso populista, socialdemocracia
Hasta hace poco el tema principal de toda tertulia política giraba entorno a la pérdida de hegemonía del bipartidismo. Fenómeno que se ha ido produciendo de manera gradual en todas las democracias de nuestro entorno. Esta situación, junto con la consecuente aparición de nuevos actores en el panorama político, se convirtió en el objeto de debate. Con el tiempo la cuestión se fue concretando en diferentes vertientes. Ahora las tertulias abordan temas como el futuro incierto de los partidos convencionales, el auge de los discursos populistas, o la necesidad de adaptarse a una nueva política sin mayorías y de gobiernos de pactos. Estos son sólo una parte de aquellos temas que determinarán en los próximos años la existencia de muchos partidos políticos, tradicionales o nuevos, en un panorama cambiante. La política que conocíamos fundamentada en unos patrones establecidos durante años desaparece, y da paso a una política cuyo marco de desarrollo está aún por definir.
La tónica general de partidos mayoritarios que se alternaban en el poder se ha truncado. Nuevas fuerzas han aparecido, u otras tradicionalmente poco representadas han experimentado un auge. Ello responde a la desconfianza respecto de los partidos clásicos y la apuesta por alternativas. La sociedad ha experimentado cambios que la han llevado a cuestionar el papel de su participación en la vida política, y a reclamar más relevancia en la toma de decisiones. El discurso convencional en la política sin duda se ha visto alterado de forma irreversible. A pesar de los factores positivos como las demandas de mayor participación ciudadana, o la inquietud por tratar temas hasta ahora ocultos bajo el discurso político clásico, el balance también implica aspectos negativos. Formas de discurso que también rompen con lo establecido surgen pero con un objetivo diametralmente opuesto que pretende erosionar los valores democráticos. Es el caso del mensaje de los partidos políticos de perfil extremista que han surgido al paso de estos cambios. Su discurso se articula en una crítica a las estructuras democráticas tradicionales, a las que acusa de corruptas y de haber trabajado en pro de los intereses de los partidos antes que del ciudadano. Argumentarios de corte populista que, sin entrar a analizar la complejidad de la situación actual, solamente otorgan respuestas fáciles a una ciudadanía que reclama soluciones. La veracidad queda relegada a un segundo plano. Sus formas pueden aparentar defender el interés de la mayoría, cosa que fácilmente les permite llegar a todas las clases sociales. Favoreciendo de este modo la construcción de un sentimiento unitario de pueblo. Un discurso que identifique a un nosotros, como pueblo, indivisible y unido, frente a un ellos como los causantes de todos nuestros males. No obstante, tras sus palabras se esconde una estructura mucho más compleja, con elementos que promueven un ideario reaccionario y totalitario. Dado que ese ellos no es otro que todo aquel que no entre en el marco normativo de su reaccionaria moral y su ultraliberalismo económico.
El argumentario radical ataca todo aquello que constituye la base de las actuales democracias: los pilares del Estado del Bienestar, y el Estado de Derecho fundamentado en la libertad.
Un análisis formal de dichos discursos debe diferenciar tres momentos clave: el schok o reconocer el caos, la identificación del culpable, y la asimilación del discurso total. El populismo transmite una sensación de catastrofismo con el que representa a las democracias. En su visión caótica acusan a los partidos convencionales de no gobernar según el interés general, y señalan a la democracia como el mecanismo que les permitió hacerse con el poder. Así consideran que las instituciones democráticas son parte del problema, y que su existencia sólo favorece a los partidos tradicionales y a sus socios. Para los radicales, la propia democracia en sí es el un problema. Por ello dan al ciudadano una visión caótica de la realidad, que señala al culpable, la democracia. Aunque su crítica no es directa, y ataca sus pilares sin ir contra ella frontalmente. Es aquí cunado entramos en el segundo momento del discurso, identificar al culpable. Las pensiones, las ayudas sociales, y el entramado de servicios públicos en general son presentados como pozos sin fondo de dinero del contribuyente. Así como también critican las instituciones democráticas a través del argumento de la sobredimensión de la administración. Todos ellos, elementos a abatir por su ideario económico ultraliberal. Sus dardos se dirigen también contra sujetos sociales como: el feminismo, el colectivo LGTBIQ, la población inmigrante, o los sindicatos, al no cumplir con sus estándares morales. Todo aquello que represente más democracia, más igualdad, más servicios públicos, o más calidad de vida significa para ellos un viejo mundo de derroche innecesario. Siempre sustentado por los partidos gobernantes hasta el momento, con intereses puestos en ello. El discurso consta ya de problema, causa, y culpable. Es aquí cuando el discurso ofrece respuestas para todo. Su mensaje acontece un discurso total que sirve para justificar cualquier medida por inmoral que sea, siempre y cuando combata los males que ellos señalan. Recortar en calidad democrática, servicios públicos, o limitar derechos básicos son propuestas que adoptan un perfil pragmático frente al problema. La solución deja de medirse en patrones de moralidad o ética, para asumirse como imprescindible ante tal caos. Es en esta fase, cuando el ideario de ultraderecha, que nutre a estos partidos, empieza a calar en la sociedad.
El argumentario radical ataca todo aquello que constituye la base de las actuales democracias: los pilares del Estado del Bienestar, y el Estado de Derecho fundamentado en la libertad. Desde la Segunda Guerra Mundial, la clase media se ha alzado como la clase predominante, al abrigo del Estado Social. La sociedad europea goza de unas tasas de igualdad y desarrollo como nunca antes se habían visto. El gran peso de las políticas que han permitido esto se debe principalmente a partidos de corte de socialdemócrata. Su apuesta por una Europa más justa ha impulsado durante décadas programas sociales siempre cuestionados por conversadores y liberales. Pero con la llegada de la crisis la socialdemocracia dejó de ser percibida por la sociedad como la herramienta útil que había sido hasta el momento. Se produjo el desplome de la clase media, y el grave empeoramiento de las condiciones de vida de las clases menos pudientes. Todo ello fue acompañado de medidas políticas de austeridad, aplicadas en muchos casos por partidos de centro-izquierda. Este escenario brindó la posibilidad de que el populismo se hiciera un hueco, aglutinando la decepción y descontento de la ciudadanía.
Los retos que el futuro de Europa afronta pasan desde el Brexit, a la creciente desaceleración económica que acrecenta la brecha entre clases sociales. Ante esta situación, y para detener el avance de los radicalismos, se hace necesario un discurso centrado en los hechos, que aporte soluciones. Un discurso que diste del populista centrado en las hipótesis fatalistas. La socialdemocracia está llamada a reivindicar su legado como mejor arma contra la mentira. Sin su firme compromiso con la igualdad de oportunidades, la justicia en las relaciones sociales y laborales, y el desarrollo del estado del bienestar, Europa jamás habría alcanzado las cotas de paz social y libertad en las que hoy en día vivimos. Un contexto político-social que ahora se ve amenazado.
Los y las socialdemócratas deben responder sin miedo a las falacias del populismo extremista, y para ellos basta con que se manifiesten como lo que son: partidos que han dotado de dignidad, libertad, y prosperidad al continente europeo
La defensa de la unidad en la diversidad, la justicia, y de la democracia en general debe plantar cara al pragmatismo inmoral del extremismo. Para ello hay que mitigar la decepción y el desapego ciudadano mediante políticas efectivas que reviertan las medidas de austeridad implementadas durante la crisis. Es necesario que los partidos de centro-izquierda se presenten como un mecanismo útil, capaz de escuchar al ciudadano y elevar sus reivindicaciones en medidas sociales de calado. Desde las instituciones en las que gobiernen se deben construir soluciones valientes para combatir las brechas que la actual globalización produce en muchos sectores económicos y sociales. La socialdemocracia tiene enfrente un reto muy importante para los próximos años: que la Europa progresista, democrática, y laica, no desaparezca consumida por el miedo y la mentira.
Es necesario romper con la idea de que el discurso populista, del que se abanderan los partidos de ultraderecha, puede aislarse. Las redes sociales y la hiperconectividad de la sociedad están permitiendo que su mensaje se extienda mucho más allá de los medios tradicionales. Es precisamente a través de las redes donde el discurso cobra fuerza y difícilmente es contrarrestado. Megáfonos que brindan la oportunidad de difundir un relato sobre la realidad totalmente tergiversado. Enfrentar su discurso en espacios públicos de debate es lo que permite que quienes defendemos desde la socialdemocracia un proyecto más inclusivo, y más democrático podamos exponer la vacuidad de sus argumentos. Es cara a cara frente a ellos y ante la sociedad donde sin miedo debemos reivindicar nuestros esfuerzos. Para poder mostrar con hechos el trabajo realizado durante años en pro de una Europa más social, y poder combatir un discurso que sólo divide y fomenta el odio. Los y las socialdemócratas deben responder sin miedo a las falacias del populismo extremista, y para ellos basta con que se manifiesten como lo que son: partidos que han dotado de dignidad, libertad, y prosperidad al continente europeo, y lo van a seguir haciendo.
Jesús Granado es investigador en filosofía y militante socialista de Palma.