La recesión que viene
La economía cae en barrena. Los efectos económicos del coronavirus son letales, en el momento de escribir estas líneas. Las cifras agregadas son de impresión. Los datos de la zona euro, los más recientes disponibles, señalan una caída de la actividad empresarial con un PMI del 38,8. El PMI, o Purchasing Markets Index, es un indicador macroeconómico que se sintetiza sobre encuestas mes a mes a gestores de compras de las empresas más importantes de cada país, de forma que si el indicador está por encima de 50 delata una expansión económica y por debajo de 50 y, sobre todo, de 40, anticipa una recesión. Los indicadores correspondientes a nuevos pedidos de operaciones tienen idéntico perfil. Los de empleo se aguantan mejor, en relación a la Gran Recesión; pero la tendencia es a una clara caída. Goldman Sachs, por su parte, ha anunciado un desplome del PIB en 2020 del orden del 9,7%. Para España, ese dato se cifra en un –7,5% al cerrar el año, frente a una previsión pre-virus que era de crecimiento positivo algo superior al 1%. Es decir, un derrumbamiento de casi nueve puntos. Para Balears, el Consell Econòmic i Social está trabajando para evaluar, en un trabajo de urgencia y a partir de un enorme esfuerzo que se dará a conocer en breve, el impacto del coronavirus en nuestra economía. Las cifras que vamos conociendo son preocupantes. Debe cerrarse el estudio definitivamente para disponer de magnitudes solventes, que sin duda marcarán la tendencia en la que nos encontramos. Estamos, pues, ante la crisis más importante desde la Gran Depresión, de forma que está superando todo lo que ya sabíamos –y dijimos– de la Gran Recesión. Las causas no han sido, de forma directa, desajustes macroeconómicos –a pesar de que siempre hay profetas que, como en la Gran Recesión, nos están diciendo que ellos lo veían venir–, sino la irrupción de un ente biológico. Éste ha subrayado, de forma tremenda, la vulnerabilidad en la que estamos. Nos coloca ante nuestros propios límites y ante la propia ética de nuestros comportamientos económicos, ecológicos y sociales.
Goldman Sachs ha anunciado un desplome del PIB en 2020 del orden del 9,7%. Para España, ese dato se cifra en un –7,5% al cerrar el año.
La pregunta que se nos formula a los economistas es, a partir de aquí, cómo salir del atolladero. La respuesta puede suponerse que no es sencilla. Pero sí que sabemos cuáles recetas han funcionado en otros momentos y cuáles se han revelado inocuas. No funcionaron ni funcionarán aquellas medidas que invoquen la austeridad, la rigidez presupuestaria, la contención monetaria. Los números son demoledores en este punto, y darán para otro comentario. Creo que esto lo han entendido muy bien, a pesar que no todo el mundo, en la Unión Europea. Ahora, las respuestas han sido la de abrir los grifos del crédito y de la liquidez, y el anuncio de programas gubernamentales de inyección monetaria, directa e indirecta, de gran potencia. Es lo que han hecho los ejecutivos de Alemania, Francia y España que, en su conjunto, movilizarán más de un billón de euros. Todo esto, con el apoyo del Banco Central Europeo y el Banco Europeo de Inversiones. La laxitud en la extensión de los créditos a familias y empresas será un factor importante de dinamismo. La salvaguarda de puestos de trabajo ha de constituir el objetivo central, toda vez que eso preserva la demanda de las familias, su capacidad de consumo, de reproducción, de avance. Una fuerte garantía económica. Pero las medidas anunciadas deben llegar con celeridad a la población. Las caídas actuales, que antes hemos enunciado, pueden consolidarse si la porosidad de las acciones públicas no entran en los tejidos sociales y económicos. Créditos blandos, flexibilidades monetarias, programas agresivos de inversión pública garantizada (hacia nuevas tecnologías aplicadas a todas las esferas productivas, mejora de infraestructuras, energías renovables, cuidados hacia la gente mayor y la población infantil, biotecnología, robótica), acción contundente del BCE en la compra de deudas públicas, coordinación de la Unión Europea para evitar especulaciones y, sobre todo, garantizar que el flujo monetario llegue a quien debe llegar. Así se salió de la crisis de los años treinta.
No funcionaron ni funcionarán aquellas medidas que invoquen la austeridad, la rigidez presupuestaria y la contención monetaria.
Es decir, los preceptos económicos de siempre van a servir de poco, y si se pretende volver a ellos la historia económica demostrará una vez más el error. Ante la ortodoxia más acendrada:
- Urge mutualizar deudas, habida cuenta que éstas van a aumentar mucho si se aplican los planes descritos antes. Y esto tiene un nombre que algunos en Europa rehúyen: Eurobonos. Algunos economistas, ya con la Gran Recesión, hablábamos de esto –y nos tildaron de ilusorios–: las deudas van a ser muy difíciles de pagar, y su incremento, si no se adoptan mecanismos de mutualización, va a resultar una rémora más para los países que tienen más deuda pública sobre PIB.
- Resulta determinante superar las rigideces en las exigencias europeas de control de los déficits públicos, un aspecto que muchos economistas de corte liberal empiezan también a ver, cuando hace muy poco tiempo esto era un anatema, un precepto teológico intocable. La reducción de los déficits ya llegará, cuando la economía se recupere. Si aplicamos sangrías al enfermo, se nos irá de las manos; lo que necesita es lo contrario: ¡transfusiones generosas!
- Debe preservarse al máximo el Estado del Bienestar, que se está revelando como crucial en esta fase de la crisis y, particularmente, el sistema sanitario. El coronavirus está poniendo en jaque las políticas públicas en el ámbito social y, particularmente, en el de la salud. Se impone aprender esta lección cuando todo pase, y no utilizar los recursos sanitarios como moneda de cambio presupuestaria, siendo consciente que en etapas de contracción, como durante la Gran Recesión, gobiernos distintos han actuado de forma dispar en relación a esto. Los casos de Madrid y Catalunya son ilustrativos de desmantelamientos relevantes del tejido sanitario público; en otras regiones, como en Balears entre 2007 y 2011, se actuó con constricciones presupuestarias –en un escenario de caídas galopantes de ingresos tributarios– sin llegar a fases de desguace parcial del sistema, situación que varió a partir de 2011 cuando el nuevo govern conservador pretendió cerrar dos hospitales públicos, reducir centros de salud y despidió más de 1.500 trabajadores y trabajadoras del sistema público.
- La apertura de discusiones sobre la posibilidad de establecer una renta mínima va ganando adeptos, toda vez que se es consciente que lo que necesita la población son medidas muy inmediatas que aporten liquidez a las familias, a la espera de que cuajen definitivamente las transferencias por otros capítulos, derivadas de lo que se comentaba más arriba.
- La prohibición de despidos, si se afirma que la crisis es temporal y no estructural. Los ERTES no deben traducirse en ERES de forma automática, induciendo a mayores productividades laborales por mayor explotación. Los ERTES deben ser garantes de que estamos en una situación transitoria, que se puede y debe corregir cuando el virus sea dominado.
Si las medidas que se han divulgado se hacen efectivas y si la gente es responsable y cumple con las directrices que están dando las autoridades sanitarias, esta crisis será puntual.
En definitiva, si las medidas que se han divulgado se hacen efectivas y si la gente es responsable y cumple con las directrices que están dando las autoridades sanitarias, esta crisis, que ahora supone una pérdida del PIB descomunal, con grave trascendencia en el mercado laboral si no se pone remedio, será puntual. En estos casos, los rebotes suelen producirse. La situación actual recuerda la vivida en 1987, cuando se generaron caídas económicas importantes –con traslación a los mercados bursátiles– que dieron paso a una fase de nuevo crecimiento. Podríamos estar en este escenario, y no en el de la Gran Recesión. Pero todo va a depender de que exista una impregnación notable de la transfusión de dinero hacia empresas y familias, mayores flexibilidades en las reglas rígidas de la economía más convencional. Y, sobre todo, que la población sea consciente que, como demuestra la historia, lo que bloquea las infecciones y los virus es el confinamiento, el distanciamiento de la población incluyendo a las personas que más queremos. Todo para que podamos abrazarlas después en un nuevo marco que, esperemos, sea consecuencia de la operatividad de las medidas económicas.
Carles Manera Erbina es presidente del Consejo Económica y Social (CES) de les Illes Balears y catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la Universitat de les Illes Balears (UIB)